Educación ambiental: un aprendizaje necesario para mejorar como sociedad
Luis González Reyes es coordinador del proyecto educativo ecosocial de FUHEM y miembro del comité técnico de Educación Ambiental de Conama 2020
La educación tiene una dimensión individual y otra colectiva. La dimensión individual pretende dotar al alumnado de los conocimientos, habilidades y actitudes necesarias para que satisfaga sus necesidades y, con ello, pueda tener una vida plena y digna. La colectiva busca facilitar la base de aprendizajes necesarios para que las sociedades mejoren. Desde una perspectiva ecosocial, las mejores sociedades son aquellas que son sostenibles, justas y democráticas. Por ello, no es suficiente dotar al alumnado de unas excelentes competencias lingüísticas o matemáticas, sino motivarlo y capacitarlo para que las use para la mejora social y no para lo contrario. Es decir, formarle para que pueda ser, si quiere, un agente capaz de ayudar a que la sociedad se articule de forma democrática para satisfacer universalmente sus necesidades sin depredar el entorno.
Con una mirada ecosocial, la dimensión individual y colectiva del aprendizaje no son incompatibles, sino todo lo contrario. Solo es posible tener vidas individuales plenas si existe un equilibrio socioambiental. Un equilibrio que se construye a partir de herramientas de satisfacción de las necesidades sostenibles, justas y democráticas. Un corolario fundamental de esto es que la educación ecosocial no es un complemento, sino un elemento central de la formación.
Pero la mirada dual de la función de la educación no es solo sobre los sujetos, sino también sobre los tiempos. La educación debe fijarse en cómo es el presente y detectar qué competencias demanda la sociedad actual. Pero, al menos tan importante como eso, es que la educación proyecte el futuro, pues una de sus funciones centrales es dotar a las personas que formamos de las capacidades que necesitarán a lo largo de su vida. Esto es especialmente patente en la etapa escolar. Por lo tanto, para aspirar a una educación de calidad es fundamental proyectar los escenarios por venir a partir de la información científica más sólida que tengamos, aun sabiendo que es imposible adivinar el futuro. Aquí la mirada ecosocial vuelve a ser relevante, pues la crisis global y multidimensional que atravesamos dibuja un porvenir radicalmente distinto al presente y al pasado. Nuestro alumnado debe aprender a vivir en un mundo condicionado por el cambio climático, la crisis ecosistémica, y la disposición limitada de energía y materiales. Un mundo así es, inevitablemente, un mundo con otro orden político, económico y cultural. Y, como las transiciones son momentos socialmente convulsos, también son imprescindibles aprendizajes como la gestión de polaridades sociales fuertes o de unas sociedades con una gran diversidad. Nuevamente, lo ecosocial no puede ser un adorno, una guinda en el proyecto educativo, sino algo central que impregne todo.
Sin embargo, cuando la perspectiva ecosocial ha encontrado un lugar en la educación formal en la mayoría de las ocasiones lo ha hecho de manera discontinua e inconexa. Ejemplos de ello son los abordajes excepcionales durante determinadas efemérides (como el Día de la Tierra) o la programación de talleres descontextualizados del resto del currículo (reciclaje, presencia de una persona migrante que nos cuenta su experiencia un día en clase). Sin embargo, hace mucho tiempo que sabemos que el proceso de aprendizaje requiere un abordaje continuado y repetido de los contenidos, y la profundización de forma constante en ellos. Además, es imprescindible que, si estos temas son centrales para la vida, también tengan un espacio central en la formación; y este espacio solo puede ser el de las aulas.
Es cierto que paulatinamente los problemas socioambientales se han ido introduciendo en el currículo formal. Sin embargo, aunque en las escuelas se estudia el cambio climático o el agotamiento de los recursos no renovables, es difícil que se conecten con el modelo de producción, de distribución y de consumo. Así, en Ciencias Naturales se puede incluir una enumeración de problemas ambientales, pero que cuando en Ciencias Sociales se aborda el estudio de la ciudad o el desarrollo del transporte, nos encontremos adjetivos que exaltan el coche, el AVE o el avión, sin que se relacionen con el calentamiento global, el sellado del suelo o la fragmentación de los ecosistemas. Sin un enfoque transversal e interdisciplinar es difícil trabajar la interconexión de los múltiples factores ecosociales.
En conclusión, necesitamos transformar el corazón de la práctica docente: el currículo, es decir los objetivos educativos, los contenidos trabajados, el método utilizado y la evaluación. Es responsabilidad del Gobierno que esta inclusión transversal del enfoque ecosocial suceda. La LOMLOE es una excelente oportunidad.