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Por qué el cambio climático hace imprescindible otro modelo en la gestión del agua


Tribuna realizada por Josefina Maestu, economista del agua y asesora del secretario de Estado de Medio Ambiente

06/05/2021

 

Sabemos que el cambio climático tendrá un impacto negativo sobre los recursos hídricos y ello implica que hay que tomar decisiones difíciles y valientes para poder atender a medio y largo plazo las necesidades de las personas y la de los sectores económicos dependientes del agua. Para ello es imprescindible garantizar la protección y el mantenimiento de los ecosistemas, ya que si no los protegemos, no se podrán asegurar los servicios de los que disfrutamos.

La dimensión del problema al que nos enfrentamos se ha empezado a acotar a partir de las predicciones disponibles del CEDEX que nos dicen que en España el impacto  del cambio climático puede conllevar una reducción de los recursos hídricos disponibles de un 24% como media y en algunas zonas de hasta un 40% antes de final de siglo.

Pero, ¿qué nos dicen estas previsiones sobre lo que tenemos que hacer? Lo mas difícil, y a lo que estamos menos acostumbrados, es aceptar el nuevo significado del concepto de  incertidumbre, ya que no va a haber una única situación hidrológica normal en el futuro.

En términos técnicos esto significa que no podemos asumir como hasta ahora un nivel de incertidumbre basada en una distribución estocástica alrededor de la ‘normalidad’ que siga parámetros estadísticos (como medias y desviaciones típicas) que puedan deducirse de las series pasadas de precipitación y escorrentía.

Unas previsiones que hasta ahora nos habían permitido gestionar riesgos, que podíamos predecir con mayor o menor precisión, con soluciones robustas. El eje de las soluciones ha sido la construcción de grandes embalses que nos permitían acumular y trasladar agua para ‘compensar’ los meses y años húmedos y secos. Soluciones diseñadas sobre la media de pluviometría y la media de las temperaturas con la correspondiente holgura.  Y olvidándonos además de la calidad del agua que se ha considerado, sorprendentemente, una cuestión menor.

La nueva normalidad requerirá considerar varias ‘situaciones hidrológicas normales’ posibles, no solo una. Como indican los modelos climáticos, debemos asumir además que los fenómenos extremos serán más frecuentes y más severos.

Por ello es esencial y urgente cambiar para estar preparados de cara a distintos posibles futuros hidrológicos (abandonando modelos hidrológicos deterministas). Más allá de la práctica, que sigue siendo habitual, de buscar ‘una’ solución para ‘un’ futuro predecible (o para el futuro que consideramos más probable de acuerdo con las herramientas al uso de la planificación), se deben buscar soluciones diferentes que puedan funcionar bien en la mayor parte de situaciones posibles. 

Nos podemos preguntar qué es lo que caracteriza a  estas  soluciones. Mientras que para riesgos predecibles las soluciones robustas funcionan, la clave para los riesgos con profundas incertidumbres son las soluciones flexibles. Y en España tenemos poca  flexibilidad,  debido sobre todo al alto nivel de explotación –y contaminación– de los recursos, que nos da poco margen de maniobra, y a un sistema concesional diseñado para poder recuperar el coste de las obras hidráulicas y no para una gestión adaptativa.  En medio de todo ello se oyen voces preocupantes que dicen que para adaptarnos al cambio climático hay que usar más y más agua.  Nos podemos poner una venda  en una huida hacia delante sin freno  pero, ¿a dónde nos lleva eso?

Después de largos meses de comparecencias de expertos y debates de la Subcomisión para el estudio y elaboración de propuestas de política de aguas en coherencia con los retos del cambio climático (Congreso de los Diputados), emitió un informe valiente en diciembre de 2018 en el que hacía recomendaciones para mejorar la resiliencia en la gestión del agua.

El informe de conclusiones de la subcomisión plantea que hay que invertir en 1) reducir la exposición mediante políticas preventivas (no regret policies) y esto conlleva , por ejemplo, reducir el uso y la contaminación del agua y no aumentarlo; 2) diversificar y optimizar la gestión de los recursos y la capacidad de respuesta del sistema con, por ejemplo, soluciones basadas en la naturaleza en la gestión de las inundaciones  y en la depuración, protegiendo las aguas subterráneas;  y 3)  sobre todo establecer un modelo de gestión del agua flexible y adaptativo cambiando las fórmulas  concesionales para los nuevos usos del agua, de manera que sea posible usar más agua cuando hay más agua, y menos cuando no la hay.  Esto es, hay evitar entrar en nuevas situaciones de bloqueo tecnológico y bloqueo institucional (lock-in), como las que tenemos en este momento.  Y esto sí es urgente.

Se puede decir más alto pero no más claro: es poco eficiente y costoso seguir invirtiendo en las mismas políticas con las que hemos  llegado a la situación actual.  Las organizaciones internacionales como la OCDE nos repiten que la adaptación significa que no podemos mantener el estatus quo a cualquier coste.

Es esencial unas inversiones diferentes y una revisión de las bases de la planificación en relación con los usos y la gestión del agua. A todos los niveles, las soluciones para lograr la seguridad hídrica conllevan que la gestión y la gobernanza del agua se rediseñe para incorporar el cambio climático y las incertidumbres asociadas.

Es urgente cambiar de rumbo ya para no entrar en una situación inmanejable. Sabemos lo que hay que hacer. El cambio es posible, como estamos viendo en la trasformación del modelo energético. Hay que hacerlo de manera consensuada a través de un Acuerdo Social por el Agua y una transición justa. Adonde vayamos en la gestión del agua depende de que entendamos que tenemos un problema y no caigamos en la trampa de la complacencia con nuestro pasado hidráulico. Estas son y deben ser las bases de las reformas y soluciones del Next Generation